El Espanto de Joan - Especial Día de Muertos

RELATOS DE TERROR

EL ESPANTO DE JOAN (ESPECIAL DÍA DE MUERTOS)

Joan tenía 9 años y a su tierna edad pasó un día de muertos que jamás olvidará; aquella tarde del 2 de noviembre de 2003 llegaron hasta su casa las autoridades del ejido, Isabel, su madre abrió la puerta y algo habló con aquellos hombres, él observaba todo desde el interior de la casa, sin embargo no alcanzaba a escuchar lo que se decían.
Así que cuando su madre entró y les dijo que debían quedarse con su abuela pues acompañaría a los señores al comisariado, él fue único que insistió en ir con ella por lo que no tuvo más opción que llevarlo.
Los policías llevaron a la mujer y su hijo en el automóvil de la ley hasta la comisaría, una vez ahí los pasaron a un cuarto donde estaba sobre una camilla un bulto tapado con una sábana.
Uno de los agentes le sugirió a la mujer dejar el niño en la entrada de la comisaría para evitar que viera el cuerpo, pero de nuevo Joan insistió en quedarse junto a su madre, por lo que ella dijo que no había problema y con sus manos le tapó los ojos y diciéndole: «no vayas a ver, porque luego vas a tener pesadillas», le cubrió los ojos con su mano y posteriormente el agente destapó aquel bulto.
Doña Isabel exclamó «madre santísima, que le pasó» lo que despertó la curiosidad de Joan, quien se quitó la mano de su madre de la cara, pudiendo ver sobre la rústica camilla el cuerpo sin vida de don Lolo, el señor que cada semana iba a venderles el alimento para los pollos y puercos.
Joan quedó muy impactado por la forma en que se encontraba el cadáver. El rictus de lo que había quedado del rostro era de profundo horror, el cráneo estaba fracturado, faltándole una parte de la cabeza, como si se la hubieran arrancado de una enorme mordida. Tan asombrada estaba doña Isabel que no se dio cuenta que Joan se había quitado la mano de la cara, observando el cadáver de don Lolo.
El policía les explicó que lo habían encontrado en el camino de la acequia ese día por la mañana, y que necesitaban que alguien lo identificara de manera oficial para hacer el trámite de ley y como la mayoría de los pobladores del ejido estaban en el panteón, pensaron en ella cuando la vieron dándole de comer a los puercos en el patio de la casa.
Una vez hecho todo el papeleo, los agentes llevaron de nuevo a su casa a la mujer y al menor. Esa misma noche cuando ya todos dormían, Joan sintió como alguien le tocaba la espalda insistentemente, entre sueños pensaba que era su abuelo quien lo despertaba, sin embargo cuando abrió los ojos pudo ver a don Lolo de pie junto a su cama.
A pesar de la oscuridad podía verlo claramente por la luz que entraba por la ventana, con un grito de pavor llamó a su mamá, a quien contó su experiencia, ella lo convenció de que aquello se había tratado de una pesadilla, aunque en su interior él sabía que no estaba soñando.
Al día siguiente Joan se encontraba jugando en el enorme patio de aquella casa cuando escuchó claramente como una voz le llamaba, en seguida supo que se trataba de don Lolo, pues lo conocía de toda la vida.
Aunque no podía ver de dónde provenía la voz, su buen oído lo hizo comprender que el llamado se escuchaba desde una caballeriza y desde dónde él jugaba pudo ver de nueva cuenta aquella silueta cuya característica principal era la ausencia de un pedazo del cráneo.
Corrió hacia el interior de su casa, pero no encontró a nadie, su madre, sus hermanos y su abuela no estaban en casa, recordó que habían salido a la tienda del ejido a comprar la despensa del mes.
Cerró la puerta y se quedó viendo hacia afuera por una ventana, sin esperarlo sintió una mano que le tocó la espalda, se dio la media vuelta y no vió a nadie, espantado por la situación decidió salir de la casa y esperar a su familia afuera, pero cuando intento abrir la puerta, la chapa estaba dura e impedía que pudiese ser abierta, se dio cuenta entonces que estaba encerrado, al mismo tiempo escuchó de nuevo la voz de Don Lolo, pero en esta ocasión venía desde el interior de uno de los cuartos, aquella voz repetía una y otra vez: «Ven, Ven, Ven,».
Aunque Joan se mantenía junto a la puerta, escuchaba de forma clara el llamado de Don Lolo, era como si le estuviera hablando al oído directamente. Casi al instante vio como la figura espectral del hombre se materializó en la penumbra de la habitación, de nueva cuenta pudo ver aquel cuerpo sin vida que tanto le había impactado en la comisaría, la diferencia era que ahora se encontraba de pie y hablándole en su casa, como si lo hubiera seguido después de muerto.
Aquel temible espectro se mantenía rodeado por la oscuridad de la habitación, y desde ahí acechaba a Joan, quién por el temor no se movía, parecía como si estuviera siendo sometido mentalmente por el espectro de Don Lolo.
El silencio imperaba en el lugar, solo el silbido del viento podía escucharse, lo que cargaba la atmósfera de una inquietante sensación insana. La puerta se abrió y entraron doña Isabel, acompañada por su madre, ambas pudieron ver con claridad cómo se disipaba en la nada el fantasma de don Lolo; al evaporarse el espectro Joan también se desvaneció, era como si estuviera conectado a aquella figura de ultratumba y por ello permaneciera inmóvil.
Doña Remedios, cómo se llamaba la madre de Isabel, le dijo que el niño estaba «espantado» que debía barrerlo, le indico que fuera al jardín por unas ramas. Después de llevar a cabo el ritual, señaló que el niño iba a poder dormir tranquilo, pues la noche anterior había estado alterado por el espanto que le molestaba.
Doña Isabel se lamentó entonces por haberlo llevado a la comisaría, ya que por ello el niño se había espantado. Su madre le respondió, que los niños eran los más fácil de desasombrarse, pues su alma pura hacía que pudieran ver aquello que los adultos ya no observan.
Isabel entonces le dijo que uno de los policías le había dicho que el doctor que hizo la autopsia no entendía que pudo haber causado aquel ataque tan salvaje, pues la herida no era de bala, que parecía más como si algo o alguien le hubiese arrancado una parte de cráneo con los dientes o con unas garras tan filosas que destrozó sin mayor problemas los huesos del cráneo; Remedios respondió con voz serena.
«Sepa Dios qué causó la muerte de Don Lolo, todos le decíamos que no debería andar solo tan noche por la sequía, pero, él nunca hizo caso, desde joven decía que a él, el diablo no le hacía daño porque eran amigos, y mira, ahí lo tienes; el demonio no es amigo de nadie, él y sus sirvientes siempre están al acecho, ellos te observan y esperan el momento para cumplir su objetivo infernal. Seguro el pobre de don Lolo anda penando porque aún no le llegaba la hora de su juicio y las puertas de la gloria están cerradas todavía para él.

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