Noche En Cebadilla

Adaptación libre del relato original de la señora Rafaela Salazar Roman.

Severiano pasaba su vida viviendo de forma desenfadada, se dedicaba a las labores del campo y cada fin de semana hacia lo mismo: se iba de parranda al pueblo, regresando hasta la madrugada del domingo, provocando así la angustia de su familia.

Cierta madrugada su mal hábito terminó por hacerle ver su suerte de la peor manera, había estado desde el viernes por la noche tomando con sus amigos de parranda en Tampico, y al terminarse el dinero decidió regresar a Cebadilla, lugar donde vivía con sus padres.

Aunque se encontraba alcoholizado si tenía sentido de la realidad, así que al ver sobre la loma una enorme bola de fuego entendió que no podía ser otra cosa sino una bruja, en la ranchería era común escuchar historias sobre esas enormes llamas esféricas que cruzaban por el cielo durante la noche y la madrugada.

Desde pequeño le habían dicho que si las veía debía ignorarlas y no retarlas, ya que solo si las brujas se sentían burladas por la gente les atacaban; con el valor propio que da el tener unos tragos encima, detuvo su motocicleta y le lanzó algunos retos y desafíos, pensando que la distancia le protegería, para su sorpresa y espanto la enorme bola llameante desvió su trayectoria y se digirió hacia donde estaba él.

Severiano arrancó a toda velocidad su motocicleta por el sendero empedrado, en el silencio de la noche él podía escuchar con claridad el sonido que provocaba su vehículo, mismo que identificaba inequívocamente, por lo que al escuchar aquel zumbido intenso supo que no era producido por su moto, giró la cabeza y vio que a menos de un metro le seguía la bola de fuego de la cual salían llamas que parecían las patas de una enorme ave de rapiña que lo perseguía con la misma fiereza que un cazador a su presa.

Las lenguas de fuego emanadas de la enorme bola golpeaban su espalda, causando quemaduras que le provocaban el más intenso de los dolores. De igual forma sentía ya sobre su cabeza el calor de las llamas, por lo que desesperado bajó de su moto y cruzó entre los matorrales, creyendo que de esa forma la amenaza terminaría, sin embargo, fue perseguido también entre el monte por donde se internó buscando acortar camino para llegar a su casa.

Sintiendo que sus piernas no soportarían más pensaba en dejarse caer y que todo terminará como tuviese que acabar, sin embargo algo le hacía no parar; al fin tras salir de aquel terreno lleno de hierba silvestre y plantas espinosas, vio su casa, comenzó a gritar llamando a sus padres, pidiendo ayuda y que le abrieran la puerta, casi al entrar al solar de casa sintió en su espalda como sí le clavase las garras un animal, pues las heridas fueron hechas al mismo tiempo y de no ser porque se arrojó al suelo probablemente hubiera sido sujetado por aquello que salía de la bola de fuego.

Su madre abrió la puerta, encontrándolo en el suelo, aterrado y sin rastros de borrachera. En el lugar había un fuerte olor a azufre, lo que les hizo sentir malestares en la nariz. Entraron a la casa, su madre comenzó a barrerlo para curarlo de espanto, sin imaginarlo, de pronto escucharon un fuerte golpe sobre de la vivienda, Aurelia siguió rezando, pidiéndole a su Homero, su marido que hiciera lo mismo para que aquel ser infernal supiera que la oración les protegía y que por ello no sentían ningún temor, Severiano por otro lado temblaba lleno de un temor indescriptible.

A la mañana siguiente Homero, encontró la motocicleta en el techo de la casa, completamente inservible, en algunas partes quemada y en otras con largos y profundos rasguños, de la misma se desprendía el olor a azufre que sintieron por la madrugada. Desde aquella vez Severiano perdió toda afición por el alcohol y las parrandas.

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