El Emisario Maligno

RELATOS DE TERROR

EL EMISARIO MALIGNO

La modernidad con la que se vive hoy en día ha hecho que los jóvenes cada vez sean más incrédulos a todo aquello que en el pasado se respetaba, y eso fue lo que hizo que Mariano, Gustavo y Lolo vivieran una experiencia que habría de cambiarles la vida.
Los 3 chicos aprovecharon los días de vacaciones que tenían para irse a acampar a un paraje cercano a Congregación Calles en Nuevo León, durante el viaje todo transcurrió sin contratiempos, llegaron hasta el lugar que les parecía más apropiado para estar en armonía con la naturaleza.
Llegada la noche Mariano sacó de su camioneta una pequeña parrilla y como buen regiomontano se las ingenió para hacer una lumbre y asar carne, Gustavo y Lolo armaron las tiendas de campaña donde pasarían la noche.
A la hora de cenar Lolo encendió su bocina y vía bluetooth comenzó a reproducir música desde su teléfono, sin embargo Gustavo les dijo que por qué mejor en lugar de escuchar las mismas canciones de siempre no hacían otra cosa, Mariano respondió que cuál era su sugerencia, a lo que propuso contar historias sobrenaturales.
Lolo apagó el reproductor de música y le dijo en tono sereno que no era un buen tema para charlar y menos a mitad de la noche, en el monte y sin luz eléctrica para iluminarse.
Gustavo les reprochó su credulidad a las historias de aparecidos que se contaban y que según él eran solo producto de la imaginación de las personas. Mariano parecía mantenerse indiferente a la charla que era prácticamente solo entre Gustavo y Lolo, él mientras los otros discutían calentaba tortillas para cenar la carne asada que había preparado.
Lolo, al notar la insistencia de Gustavo dijo intentando relajar la tensión de la charla que mejor se prepararía también sus tortillas para cenar al igual que Mariano, por lo que al quedar sin interlocutor Gustavo optó por también cenar; se sirvió un pedazo de carne asada, pero  aun con el afán de protagonismo se incorporó y dijo de manera burlona:
“Ésta carnita asada está rica, pero hacen falta unas quesadillitas con salsa para que se sienta una cena completa… Ahorita mismo sería capaz de venderle mi alma al diablo por un par de quesadillas”
Sus amigos lo miraron con un gesto de asombro e incredulidad, Mariano que era el mayor de los tres le dijo ya con un tono bastante serio que lo mejor era que se calmara que ya estaba actuando como un loco o un borracho y que no era ni uno ni otro, que no tenía ningún sentido lo que estaba haciendo. 
- A poco ya les dio miedo, eh… para eso me gustaba, parecen niñas miedosas - respondió Gustavo quien comenzó a dar unos saltos extraños alrededor de la lumbre de la parrilla, tras unos segundos haciendo esto, se detuvo y los miró y les dijo que mejor dejaría de danzar, porque si se aparecía el diablo de seguro ellos se orinarían de miedo.
Se sentó alrededor en el suelo como los otros y siguió cenando, Lolo lo miró con un gesto de reproche y le dijo: “Eso no estuvo bien, en el monte siempre hay espíritus, ellos te observan y esperan cualquier llamado para llegar”. Sin embargo Gustavo siguió comiendo y masticando de forma exagerada un hueso de la carne, le miró respondiendo como un niño rebelde e inmaduro: “Por eso lo hice… a ver si vienen”.
Mariano, molesto le dijo que mejor se quedara callado que ya estaba hablando como tonto y respondiendo las primeras cosas que le llegaban a la cabeza; en cosa de segundos el viento empezó a silbar más y más fuerte, llamando la atención de todos ese detalle, además a lo lejos se escuchó el graznar de algunas aves, los sonidos eran de todas direcciones, el fuego por momentos crecía, llegando a ser lenguas de casi medio metro de alto.
Gustavo se puso de pie y empezó a saltar como un loco y a decir que iba a tener sus quesadillas, que su cena si iba a estar deliciosa. Las copas de los árboles se mecían cada vez más violentas, como si los vientos fueran provocados por algún huracán, de entre la maleza vieron surgir muy a lo lejos una figura, por lo oscuro de la noche no se distinguía bien de quien se trataba, pero los tres podían ver aquella silueta humana que de forma muy lenta se aproximaba hacía ellos, llevando en su mano derecha una cubeta que parecía ser tapada un mantel. 
Las llamas de la parrilla comenzaron a disminuir, hasta quedar solo las brasas al rojo vivo, los muchachos se mantenían atentos a la figura que se encaminaba en la dirección donde ellos se encontraban, Mariano trataba de disimular su miedo pues no quería quedar como un paranoico pero tenía un presentimiento muy oscuro sobre aquella imagen que veían, además el hecho de verle avanzar tan lentamente volvía más larga e inquietante la intriga.
Lolo tomó su teléfono e intentó encenderlo para generar un poco de luz, sin embargo el aparato calló de sus manos y aunque intentó buscarlo le fue imposible recuperarlo. La figura de pronto llegó hasta ellos, todos se encontraban paralizados por el miedo aunque nadie quería aceptarlo.
La noche se volvió más oscura con el arribo de esta persona, a quien nunca pudieron verle el rostro, sin embargo por su voz asumieron se trataba de un anciano quien les dijo con una voz cansada:
“Buenas noches, disculpen que los moleste, pero ando ofreciendo quesitos, quesos de rancho, quién de ustedes tiene ganas de unas quesadillas, vengo desde muy lejos, y ya solo me queda uno, voy con rumbo para Allende, allá me esperan pero escuche que pedían quesadillas y me desvié para acá”
Mariano con la voz temblorosa respondió que muchas gracias, que ya habían cenado; pero el anciano que seguía envuelto en la penumbra de la noche contestó que no hablara por todos, que seguramente había alguien que todavía tenía un hueco para disfrutar de las quesadillas, incluso le señaló que había tortillas calientes en la parrilla, que sería solo cosa de poner el queso encima de ellas y disfrutar.
Lolo apoyó a Mariano diciendo, discúlpenos señor, que pena que lo desviamos del camino, pero además no tenemos dinero para comprarle el queso. Los tres sentían temor aunque no lo dijeran, ya que entre ellos si podían verse ligeramente las facciones del rostro, aun y cuando estaba oscuro, pero del anciano solo podían escuchar la voz, como si las tinieblas quisieran taparle la cara.
- Acepto pagos de todo tipo, díganme que tienen y les digo si vale lo del queso - Dijo el hombre ya de una forma más impositiva. Gustavo quien había enmudecido desde que llegó se disculpó diciendo: “No oiga, perdón por haberlo hecho venir, pero no, ya cenamos y de valor no traemos nada, discúlpenos y mejor sígale para Allende. ¿Quién lo espera allá? Su familia, ¿verdad?”.
El anciano metió su mano izquierda en la cubeta y respondió: “El quesito ya está soltando suero, las quesadillas sí que les quedarían ricas, ¿estás seguro que no lo quieres Gustavo?”. Éste contesto de forma tajante NO, sin embargo sus amigos quedaron impactados al escuchar que el hombre le hablaba por su nombre, ya que ninguno de ellos se había presentado. 
- Bueno, pues me voy para Allende, tengo que ir por un encargo que debo recoger - habló el anciano y se retiró perdiéndose de nueva cuenta lentamente entre la oscuridad de la noche.
Mariano y Lolo reprendieron a Gustavo echándole en cara que sus estupideces los habían puesto cara a cara con el mismísimo demonio, pero este de nueva cuenta envalentonado les respondió: “ya’mbre… mejor vámonos a dormir, además ¿no se dan cuenta que ya hasta el aire tan fuerte se calmó?”.
- Sí, claro que nos dimos cuenta, y fue precisamente cuando llegó ese anciano, ¿no te tomas en serio que pudimos estar frente al diablo o sí? – dijo Lolo visiblemente molesto.
Gustavo, cual niño malcriado los ignoró y se fue a su tienda de campaña y se preparó para dormir. Mariano de nuevo prendió la lumbre, mientras Lolo se quedó pensativo y con un gesto temeroso miraba a la lejanía intentando olvidar la situación.
Por la mañana siguiente Mariano despertó y vio que Lolo estaba tomando un café que habría preparado en la parrilla, le preguntó por Gustavo y éste dijo que aún no se despertaba, que dormía con tanta calma que daba envidia; ambos decidieron dar un paseo por los alrededores del campamento; tras una hora caminando volvieron y notaron todo igual, entendiendo que Gustavo aún no despertaba, por lo que decidieron llamarle, llevándose una desagradable sorpresa.
Gustavo se encontraba boca arriba tenía sangre en la boca y la nariz, su respiración se escuchaba débil e irregular, de inmediato lo subieron a la camioneta, lo llevaron a la Cruz Roja de Allende, donde los médicos le atendieron, pidiendo a Mariano y Lolo que esperaran; minutos después salió un médico y les dijo que su amigo se encontraba inconsciente, que deberían trasladarlo a un hospital en Monterrey para una mayor atención, que había logrado salvarle la vida pero no podía asegurar nada aún.
Mariano le preguntó que qué era lo que tenía, el doctor respondió que el paciente había sufrido una broncoaspiración, pero que lograron extraer la comida con la que se había ahogado, destacando que no entendía como había tragado un trozo tan grande de queso sin siquiera masticarlo”. Lolo y Mariano se miraron como si entenderían lo que había pasado.
El médico les hizo una última recomendación a los chicos:
“Será mejor que hagan los trámites necesarios para llevar a su familiar a otro hospital pues requiere cuidados intensivos, está muy delicado. Aquí ya no podemos hacer más, además parece que anoche el diablo visitó Allende, en la madrugada durante el velorio de un anciano llamado Honorio Zavala el ataúd comenzó a sacudirse de la nada y cayó al piso, la gente aquí es muy supersticiosa, dicen que el diablo vino por su alma, de él siempre se dijo que hizo su fortuna vendiéndole el alma al diablo, parece mentira que todavía en estos días la gente pueda creer que es posible venderle el alma al diablo”.
Han pasado 9 años, Mariano y Lolo terminaron sus carreras, trabajan en distintas empresas, por su parte Gustavo se encuentra en coma desde aquella vez, su familia se niega a desconectarlo aferrándose a la esperanza que algún día despertará. Sus amigos saben que aunque su cuerpo permanece vivo carece de alma, pues ésta fue tomada por el diablo, quien a cambio dejo en su cuerpo el queso que quería para las quesadillas de su cena.
Relato Basado en la historia real de que nos hizo llegar Eduardo Villalobos.
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